La vida del poeta
Así lo llamó el viernes Rubén: La vida del poeta. Nunca lo he sido, mi sensibilidad no aflora de ese modo, al gunos dirán que no lo hace de ningún otro, pero lo cierto es que me gusta como refleja y entona el concepto del que yo le hablaba.
Antes, cuando no tenía un duro y las cosas no iban bien, ni tampoco mal, simplemente no iban, yo tenía ideas sobre muchas cosas, la mayoría relacionadas con lo que me interesa y me divierte. No me había dado cuenta pero me gustaba mucho, de alguna forma eso es lo que yo soy. Aparecían normalmente al levantarme mientras me duchaba, las más de las veces, o me afeitaba. Reflexionaba, leía y llenaba cuadernos con notas sobre ellas. Por ahí están, algunos perdidos y otros, junto con otros libros, amontonados en una estantería en mi habitación. Nunca pensé ni me importó si eran buenas o malas, según llegaban yo me entretenía con ellas. Algunas de ellas no me condujeron a nada, sobre otras de ellas se sustenta mi trabajo actual y el resto de vez en cuando vienen a mi recuerdo para nuevamente volver a perderse en el olvido. El otro día volvió a sucederme. Otra vez mientras estaba en la ducha. Unas horas después, en un rato libre, al buscar el cuaderno con la intención de divagar sobre ello, me di cuenta de que hacía mucho tiempo que ya no hacía ese tipo de cosas. Ahora todas las notas que tomo están orientadas y relacionadas con los proyectos en los que trabajo y no hay referencia alguna a ideas disparatadas o que apunten en otra dirección distinta a aquello que me da de comer. Sigo teniendo ideas sobre cosas nuevas que ensayar y como orientar y canalizar mi energía cuando trabajo, pero siempre tienen el condicionante de la viabilidad económica y la factibilidad y facilidad de realización. Ideas que se aparten de esas directrices hasta el otro día, ninguna. ¿Desde cuándo? Más o menos desde hace un año, más o menos desde que ya no tengo que buscarme la vida hasta debajo de las piedras, más o menos desde que, eso creía yo, ahora no estoy tan seguro, las cosas me van bien, más o menos desde que como dice Rubén dejé de vivir la vida del poeta.
Miro el extracto de la cuenta y veo el saldo, hay dinero más que suficiente para pasarme dos o tres años viviendo la vida del poeta otra vez. Pienso en que por qué no dejarlo todo y cambiar de nuevo aunque no se muy bien a qué. Hace un par de meses me propusieron irme a Siria a intentar poner en marcha una fábrica de telas asfálticas. Contemplo la posibilidad con mucha nostálgia. Hace seis años yo realizaba ese tipo de trabajo. Creo que era bueno en ello, al menos me pagaban como si lo fuese, pero desde luego feliz, no era. Por eso cambié y pasé a estar cuatro años sin ganar un duro pero haciéndo algo que me gusta y permite canalizar mi creatividad de alguna manera. Así ha sido durante los últimos cinco años, hasta que el otro día, al buscar el cuaderno, vi la historia desde otro punto de vista.
¡Ay! ¡Yo que siempre me había preciado de ser capaz de escapar de la rueda! Ahora me encuentro con compromisos y obligaciones que hacen que no sea factible, o al menos ético, dar el salto por ahora. La culpa es del dinero, solo suya y de mi querencia y necesidad de él. Me parece que durante un tiempo, quién sabe si para siempre, voy a tener que seguir dándo vueltas en ella.
Así lo llamó el viernes Rubén: La vida del poeta. Nunca lo he sido, mi sensibilidad no aflora de ese modo, al gunos dirán que no lo hace de ningún otro, pero lo cierto es que me gusta como refleja y entona el concepto del que yo le hablaba.
Antes, cuando no tenía un duro y las cosas no iban bien, ni tampoco mal, simplemente no iban, yo tenía ideas sobre muchas cosas, la mayoría relacionadas con lo que me interesa y me divierte. No me había dado cuenta pero me gustaba mucho, de alguna forma eso es lo que yo soy. Aparecían normalmente al levantarme mientras me duchaba, las más de las veces, o me afeitaba. Reflexionaba, leía y llenaba cuadernos con notas sobre ellas. Por ahí están, algunos perdidos y otros, junto con otros libros, amontonados en una estantería en mi habitación. Nunca pensé ni me importó si eran buenas o malas, según llegaban yo me entretenía con ellas. Algunas de ellas no me condujeron a nada, sobre otras de ellas se sustenta mi trabajo actual y el resto de vez en cuando vienen a mi recuerdo para nuevamente volver a perderse en el olvido. El otro día volvió a sucederme. Otra vez mientras estaba en la ducha. Unas horas después, en un rato libre, al buscar el cuaderno con la intención de divagar sobre ello, me di cuenta de que hacía mucho tiempo que ya no hacía ese tipo de cosas. Ahora todas las notas que tomo están orientadas y relacionadas con los proyectos en los que trabajo y no hay referencia alguna a ideas disparatadas o que apunten en otra dirección distinta a aquello que me da de comer. Sigo teniendo ideas sobre cosas nuevas que ensayar y como orientar y canalizar mi energía cuando trabajo, pero siempre tienen el condicionante de la viabilidad económica y la factibilidad y facilidad de realización. Ideas que se aparten de esas directrices hasta el otro día, ninguna. ¿Desde cuándo? Más o menos desde hace un año, más o menos desde que ya no tengo que buscarme la vida hasta debajo de las piedras, más o menos desde que, eso creía yo, ahora no estoy tan seguro, las cosas me van bien, más o menos desde que como dice Rubén dejé de vivir la vida del poeta.
Miro el extracto de la cuenta y veo el saldo, hay dinero más que suficiente para pasarme dos o tres años viviendo la vida del poeta otra vez. Pienso en que por qué no dejarlo todo y cambiar de nuevo aunque no se muy bien a qué. Hace un par de meses me propusieron irme a Siria a intentar poner en marcha una fábrica de telas asfálticas. Contemplo la posibilidad con mucha nostálgia. Hace seis años yo realizaba ese tipo de trabajo. Creo que era bueno en ello, al menos me pagaban como si lo fuese, pero desde luego feliz, no era. Por eso cambié y pasé a estar cuatro años sin ganar un duro pero haciéndo algo que me gusta y permite canalizar mi creatividad de alguna manera. Así ha sido durante los últimos cinco años, hasta que el otro día, al buscar el cuaderno, vi la historia desde otro punto de vista.
¡Ay! ¡Yo que siempre me había preciado de ser capaz de escapar de la rueda! Ahora me encuentro con compromisos y obligaciones que hacen que no sea factible, o al menos ético, dar el salto por ahora. La culpa es del dinero, solo suya y de mi querencia y necesidad de él. Me parece que durante un tiempo, quién sabe si para siempre, voy a tener que seguir dándo vueltas en ella.