1597 La piedra de toque
La ventana, abierta una vez más, dejaba pasar los rayos del sol que, esparciéndose por toda la habitación parecían concentrarse con especial encono en su rostro. No es que el despertar sea el momento más alegre del día, tal vez solo se despierta uno sin pereza ni añoranza del sueño cuando la noche no es más que oscuridad, un lapso un obstáculo que hay que salvar y que nos aleja y nos separa del objeto de nuestras ansias. En los demás casos el despertar nos expulsa de un mundo soñado en el que todo es posible y nos abandona en un mundo en el que aunque hagamos todo lo posible lo habitual es que la realidad se obceque en llevarnos la contraria. Aquella mañana sin embargo no se correspondió ni con un extremo ni con el otro así que, a decir de Santo Tomás, debió de ser una mañana virtuosa.
Desperezándose tranquilamente se sentó en la cama y se puso a observar por la ventana. La noche anterior había sido larga y como de costumbre vacía. Contemplando el parque que se encontrba enfrente de su casa podía ver claramente el camino que sesgaba los jardines. Entre los árboles que a modo de festón marcaban las orillas del camino se podía entreveer a un niño montado en una bicicleta. Le recordó mucho al niño que vivía dos pisos más abajo aunque no se atrevió a asegurar que fuese él. Siguió observando el camino durante un rato. El niño desapareció y su atención se transladó a una mujer que cargada con bolsas arrastraba tras de si a una niña que cosntantemente encontraba excusas para sentarse en el suelo, corretear por la hierba o marchar en dirección contraria a pesar de los continuos reproches de la madre, y entonces sin premeditación alguna cogió el teléfono y llamó a Mariana.
Mariana, como algunas mujeres, era una piedra de toque. En concreto lo era para él. No todas las mujeres son piedras de toque ni una misma mujer tiene porqué ser piedra de toque para varios hombres. Tampoco todos los hombres encuentran su piedra de toque. Una mujer como Mariana permite calibrar el grado de destreza, la maestría alcanzada en el arte de vivir. Enfrentarse con ella revela miedos y lagunas pués irremediablemente la situación y la mujer pasan a dominar por completo al hombre que se encuentra avanzando a ciegas y con la mente en blanco por un terreno muy proceloso pero, una vez alcanzado un grado de maestría suficiente el encuentro se convierte en un juego y el equilibrio de poder se iguala. No es extraño que un hombre acabe creyendose enamorado de su piedra de toque, y puede que realmente lo esté.
Mariana no tardó mucho en contestar. "Hola ¿Qué tal?" dijo ella. Ante ello él solo pudo contemplar su mente en blanco, el barullo de emociones que no acertaba a explicar y sentir el tiempo pasar. Una vez más todo había vuelto a detenerse. "¡A! Hola... ¡Si tú no eres Marta! ¡Qué tontería! Me he equivocado al marcar... Con eso de que las dos empezais por M" Algo muy parecido a esto debió de contestar al tiempo que esbozaba una sonrisa tonta en un intento de justificarse. Una excusa, tal vez muy tonta, desde luego socorrida fue lo único, nada de la diversión, nada del juego buscado afloraron en aquel momento a pesar de que podía sentirlos dentro de sí.
¿Cómo expresarlo? ¿Cómo hablar cuando todo se detiene y aunque sientes y comprendes no encuentras caminos por los que manifestarte? No dejaba de hacerse esas preguntas. Esta vez creía ser capaz de resolver el problema, pero como todas las anteriores volvió a sentirse como un niño, de nuevo fracasó ante los mismos escollos de siempre. Se sintió molesto consigo mismo, molesto por su falta de habilidad y por su escasa destreza. No parecía tan difícil hacerlo medianamente bien y sin embargo solo había conseguido hacerlo extraordinariamente mal. Se maravilló sin embargo de que de alguna manera, de alguna forma desconocida para él, sin saber cómo, había sido capaz de urdir una excusa, de construir un puente por el cual escapar y salir huyendo. Tal vez alegar que buscaba a otra persona fuese una excusa muy burda pero sin duda alguna un silencio prolongado o una payasada absurda hubiésen sido aún peor.
Apoyando las manos en el alféizar de la ventana contempló de nuevo el parque y los árboles que se apretaban junto al camino. El muchacho con la bicileta apareció de nuevo.
La ventana, abierta una vez más, dejaba pasar los rayos del sol que, esparciéndose por toda la habitación parecían concentrarse con especial encono en su rostro. No es que el despertar sea el momento más alegre del día, tal vez solo se despierta uno sin pereza ni añoranza del sueño cuando la noche no es más que oscuridad, un lapso un obstáculo que hay que salvar y que nos aleja y nos separa del objeto de nuestras ansias. En los demás casos el despertar nos expulsa de un mundo soñado en el que todo es posible y nos abandona en un mundo en el que aunque hagamos todo lo posible lo habitual es que la realidad se obceque en llevarnos la contraria. Aquella mañana sin embargo no se correspondió ni con un extremo ni con el otro así que, a decir de Santo Tomás, debió de ser una mañana virtuosa.
Desperezándose tranquilamente se sentó en la cama y se puso a observar por la ventana. La noche anterior había sido larga y como de costumbre vacía. Contemplando el parque que se encontrba enfrente de su casa podía ver claramente el camino que sesgaba los jardines. Entre los árboles que a modo de festón marcaban las orillas del camino se podía entreveer a un niño montado en una bicicleta. Le recordó mucho al niño que vivía dos pisos más abajo aunque no se atrevió a asegurar que fuese él. Siguió observando el camino durante un rato. El niño desapareció y su atención se transladó a una mujer que cargada con bolsas arrastraba tras de si a una niña que cosntantemente encontraba excusas para sentarse en el suelo, corretear por la hierba o marchar en dirección contraria a pesar de los continuos reproches de la madre, y entonces sin premeditación alguna cogió el teléfono y llamó a Mariana.
Mariana, como algunas mujeres, era una piedra de toque. En concreto lo era para él. No todas las mujeres son piedras de toque ni una misma mujer tiene porqué ser piedra de toque para varios hombres. Tampoco todos los hombres encuentran su piedra de toque. Una mujer como Mariana permite calibrar el grado de destreza, la maestría alcanzada en el arte de vivir. Enfrentarse con ella revela miedos y lagunas pués irremediablemente la situación y la mujer pasan a dominar por completo al hombre que se encuentra avanzando a ciegas y con la mente en blanco por un terreno muy proceloso pero, una vez alcanzado un grado de maestría suficiente el encuentro se convierte en un juego y el equilibrio de poder se iguala. No es extraño que un hombre acabe creyendose enamorado de su piedra de toque, y puede que realmente lo esté.
Mariana no tardó mucho en contestar. "Hola ¿Qué tal?" dijo ella. Ante ello él solo pudo contemplar su mente en blanco, el barullo de emociones que no acertaba a explicar y sentir el tiempo pasar. Una vez más todo había vuelto a detenerse. "¡A! Hola... ¡Si tú no eres Marta! ¡Qué tontería! Me he equivocado al marcar... Con eso de que las dos empezais por M" Algo muy parecido a esto debió de contestar al tiempo que esbozaba una sonrisa tonta en un intento de justificarse. Una excusa, tal vez muy tonta, desde luego socorrida fue lo único, nada de la diversión, nada del juego buscado afloraron en aquel momento a pesar de que podía sentirlos dentro de sí.
¿Cómo expresarlo? ¿Cómo hablar cuando todo se detiene y aunque sientes y comprendes no encuentras caminos por los que manifestarte? No dejaba de hacerse esas preguntas. Esta vez creía ser capaz de resolver el problema, pero como todas las anteriores volvió a sentirse como un niño, de nuevo fracasó ante los mismos escollos de siempre. Se sintió molesto consigo mismo, molesto por su falta de habilidad y por su escasa destreza. No parecía tan difícil hacerlo medianamente bien y sin embargo solo había conseguido hacerlo extraordinariamente mal. Se maravilló sin embargo de que de alguna manera, de alguna forma desconocida para él, sin saber cómo, había sido capaz de urdir una excusa, de construir un puente por el cual escapar y salir huyendo. Tal vez alegar que buscaba a otra persona fuese una excusa muy burda pero sin duda alguna un silencio prolongado o una payasada absurda hubiésen sido aún peor.
Apoyando las manos en el alféizar de la ventana contempló de nuevo el parque y los árboles que se apretaban junto al camino. El muchacho con la bicileta apareció de nuevo.
3 Comentarios:
Absurda manía masculina de huir de su piedra de toque como si fuer ael enemigo. Os da miedo veros débiles. Pero lo sois, como todo ser humano. Y os molesta tanto, tanto, que absurdamente, creéis salvaros huyendo en dirección contraria, cuando lo único que hacéis es huir de vosotros mismos.
Teméis encontraros.
Vengo a inspeccionarte desde casa de Glauka.
Interesante sitio, una mente muy sana, consérvala.
Besos
Ummm interesante blog, lleno de cosas raras.... dios!!! hasta fractales!!! guauuu
Y no creo que sea una cuestión de sexos, yo he hecho lo mismo en circunstancias parecidas... hacerlo tremendamente mal cuando se podía hacer medianamente bien y... huir!
Saludos!
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