1 La búsqueda
Es posible que al cargar la página os hayáis formulado una de estas dos preguntas ¿De qué va todo esto? Y ¿Por qué le dedica tiempo a escribir estas payasadas? La respuesta a esas dos preguntas es la misma: Yo también me hago preguntas, la verdad es que muchas, y normalmente no encuentro una respuesta que me satisfaga. Al principio las preguntas simplemente estaban ahí. Cuando llegan, según el humor o la situación te recreas en ellas o las desechas, buscas a alguien con quién compartirlas y discutir sobre ellas o las relegas al olvido. Las preguntas pueden ser ingeniosas o divertidas o una solemne estupidez y hasta hace un tiempo esos eran los únicos juicios de valor que emitía, independientemente del grado de atención que ejerciese sobre ello, acerca de lo que me rondaba por la cabeza.
Pero un día todo cambia. Por alguna extraña y solapada razón me doy cuenta de que hay una serie de preguntas que me formulo con mucha más frecuencia que otras. Hay en concreto una que me abruma y que se hace presente con una frecuencia extraordinaria. No he de ocultaros que al hacerme consciente de la naturaleza de esa pregunta y de la pregunta en si misma sentí un cierto desasosiego por no decir que desilusión, atravesando incluso una fase de negación bastante convulsa. Finalmente no me queda si no aceptar que las cosas son así y que mi naturaleza no es ni lo excelsa ni lo altruista que a mí me gustaría. ¿Por qué?
Veamos: El objeto de estos párrafos es narrar el desconcierto que me supuso descubrir como soy en realidad, o al menos una parte de mi esencia pues creo estar aún muy alejado del conocimiento final. Desconcierto porque yo pensaba que la pregunta fundamental, aquella que busca la causa última, el motor primero, la madre, el origen, la cuna en la que nos mecemos y de la cual un día caemos, la piedra roseta que orquesta y coordina toda mi existencia debería de ser un asunto de cierta envergadura, tal vez en la línea del sentido de la existencia, del amor no correspondido, la amistad violentada o el por qué de las muertes sin sentido. Uno se lanza primero a la búsqueda de la pregunta y posteriormente en persecución de las respuestas entrando en un proceso de bruñimiento socrático a veces con ansia, otras veces con descuido pero siempre esperando llegar al final del camino. Y ese es el problema, que me parece haber llegado al final del camino y ¡Me encuentro con esto!
Yo sabía que en la búsqueda de la verdad te puede pasar lo mismo que a Sócrates, de hecho puede que sea inevitable que las cosas sucedan de esa manera: Una búsqueda inocente, sencilla, sin maldad aunque tal vez algo torpona y probablemente con la mejor de las intenciones tuvo como desenlace un lingotazo de cicuta y eso, hace 2500 años igual que hoy en día, no es muy saludable y sienta bastante mal. Vamos... que te mueres. ¿La búsqueda de la verdad conduce, inexorablemente, a la muerte? Tal vez debiera puntualizar aquí, para que nadie se llame a engaño y se me atribuyan méritos que no merezco, que concibo la búsqueda de la verdad más bien como la búsqueda de un culpable. Es necesario encontrar a quién echarle la culpa y preferiblemente que ese alguien no seas tú si no otra persona. Pero lo que no sabía era que al emular a Sócrates, al correr en busca de la botella de cicuta perdida iba a llegar hasta aquí. Y no encuentro la forma de salir, no hay añagaza que me permita librarme así que no queda más remedio que aceptar las cosas tal y como son.
¿Y como son las cosas? Ya he comentado que primeramente surge la pregunta y en la búsqueda de respuestas a la misma inicias un camino durante el cual aprendes. La pregunta es el origen de todo y la que marca el camino a seguir, por ello parece que hay preguntas mejores y preguntas peores. Así por ejemplo ser consciente de que te gusta el sexo y seguir ese camino a ver a dónde te conduce parece menos productivo (aunque probablemente mucho más divertido) que interrogarse sobre los grandes males que azotan el mundo. Pero bueno, aunque investigar sobre el sexo le reporte menos beneficio a la creación que intentar comprender y solventar los problemas del mundo ambas opciones son cuando menos entretenidas. El problema surge cuando, como me ocurre a mí, la pregunta no se centra en el sexo, la comida, el amor, la amistad... el problema surge cuando la pregunta que te formulas día tras día, una y otra vez es de la forma ¿QUIEN ME MANDARIA A MI METERME EN ESTO? Ahora que lo pienso, tal vez a Sócrates se le pasó lo mismo por la cabeza cuando le sirvieron la copa de cicuta.
Comprenderéis mi disgusto. Llego al final del camino y lo único que tengo claro es que no sé si he elegido el camino adecuado. ¿Quién me mandaría a mí meterme en esto? ¿Cuántas veces te formulas esta pregunta a lo largo del día? Yo unas cuantas, puedo pensar en otras muchas cosas, estoy aprendiendo a no pensar en nada. Pero desde que tengo memoria, desde que hay recuerdos en mi, esa pregunta ha estado acompañándome. Desde hace un tiempo también me acompaña la frustración de conocer con certeza cual es la respuesta. Tengo un culpable, pero desgraciadamente soy yo.
Es posible que al cargar la página os hayáis formulado una de estas dos preguntas ¿De qué va todo esto? Y ¿Por qué le dedica tiempo a escribir estas payasadas? La respuesta a esas dos preguntas es la misma: Yo también me hago preguntas, la verdad es que muchas, y normalmente no encuentro una respuesta que me satisfaga. Al principio las preguntas simplemente estaban ahí. Cuando llegan, según el humor o la situación te recreas en ellas o las desechas, buscas a alguien con quién compartirlas y discutir sobre ellas o las relegas al olvido. Las preguntas pueden ser ingeniosas o divertidas o una solemne estupidez y hasta hace un tiempo esos eran los únicos juicios de valor que emitía, independientemente del grado de atención que ejerciese sobre ello, acerca de lo que me rondaba por la cabeza.
Pero un día todo cambia. Por alguna extraña y solapada razón me doy cuenta de que hay una serie de preguntas que me formulo con mucha más frecuencia que otras. Hay en concreto una que me abruma y que se hace presente con una frecuencia extraordinaria. No he de ocultaros que al hacerme consciente de la naturaleza de esa pregunta y de la pregunta en si misma sentí un cierto desasosiego por no decir que desilusión, atravesando incluso una fase de negación bastante convulsa. Finalmente no me queda si no aceptar que las cosas son así y que mi naturaleza no es ni lo excelsa ni lo altruista que a mí me gustaría. ¿Por qué?
Veamos: El objeto de estos párrafos es narrar el desconcierto que me supuso descubrir como soy en realidad, o al menos una parte de mi esencia pues creo estar aún muy alejado del conocimiento final. Desconcierto porque yo pensaba que la pregunta fundamental, aquella que busca la causa última, el motor primero, la madre, el origen, la cuna en la que nos mecemos y de la cual un día caemos, la piedra roseta que orquesta y coordina toda mi existencia debería de ser un asunto de cierta envergadura, tal vez en la línea del sentido de la existencia, del amor no correspondido, la amistad violentada o el por qué de las muertes sin sentido. Uno se lanza primero a la búsqueda de la pregunta y posteriormente en persecución de las respuestas entrando en un proceso de bruñimiento socrático a veces con ansia, otras veces con descuido pero siempre esperando llegar al final del camino. Y ese es el problema, que me parece haber llegado al final del camino y ¡Me encuentro con esto!
Yo sabía que en la búsqueda de la verdad te puede pasar lo mismo que a Sócrates, de hecho puede que sea inevitable que las cosas sucedan de esa manera: Una búsqueda inocente, sencilla, sin maldad aunque tal vez algo torpona y probablemente con la mejor de las intenciones tuvo como desenlace un lingotazo de cicuta y eso, hace 2500 años igual que hoy en día, no es muy saludable y sienta bastante mal. Vamos... que te mueres. ¿La búsqueda de la verdad conduce, inexorablemente, a la muerte? Tal vez debiera puntualizar aquí, para que nadie se llame a engaño y se me atribuyan méritos que no merezco, que concibo la búsqueda de la verdad más bien como la búsqueda de un culpable. Es necesario encontrar a quién echarle la culpa y preferiblemente que ese alguien no seas tú si no otra persona. Pero lo que no sabía era que al emular a Sócrates, al correr en busca de la botella de cicuta perdida iba a llegar hasta aquí. Y no encuentro la forma de salir, no hay añagaza que me permita librarme así que no queda más remedio que aceptar las cosas tal y como son.
¿Y como son las cosas? Ya he comentado que primeramente surge la pregunta y en la búsqueda de respuestas a la misma inicias un camino durante el cual aprendes. La pregunta es el origen de todo y la que marca el camino a seguir, por ello parece que hay preguntas mejores y preguntas peores. Así por ejemplo ser consciente de que te gusta el sexo y seguir ese camino a ver a dónde te conduce parece menos productivo (aunque probablemente mucho más divertido) que interrogarse sobre los grandes males que azotan el mundo. Pero bueno, aunque investigar sobre el sexo le reporte menos beneficio a la creación que intentar comprender y solventar los problemas del mundo ambas opciones son cuando menos entretenidas. El problema surge cuando, como me ocurre a mí, la pregunta no se centra en el sexo, la comida, el amor, la amistad... el problema surge cuando la pregunta que te formulas día tras día, una y otra vez es de la forma ¿QUIEN ME MANDARIA A MI METERME EN ESTO? Ahora que lo pienso, tal vez a Sócrates se le pasó lo mismo por la cabeza cuando le sirvieron la copa de cicuta.
Comprenderéis mi disgusto. Llego al final del camino y lo único que tengo claro es que no sé si he elegido el camino adecuado. ¿Quién me mandaría a mí meterme en esto? ¿Cuántas veces te formulas esta pregunta a lo largo del día? Yo unas cuantas, puedo pensar en otras muchas cosas, estoy aprendiendo a no pensar en nada. Pero desde que tengo memoria, desde que hay recuerdos en mi, esa pregunta ha estado acompañándome. Desde hace un tiempo también me acompaña la frustración de conocer con certeza cual es la respuesta. Tengo un culpable, pero desgraciadamente soy yo.
3 Comentarios:
El verdadero conocimento llega por una entera comprension de uno mismo. ser responsable de tus actos. ser cazador y finalmente guerero.
AYAGUASCAAAAAAA!!!!!!!!!!!
Que pasaaaa!!
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